Hace poco he perdido a otro de los pilares de mi familia. Otra vez he vuelto a llorar y a reír en un tanatorio. Sí, reír. Porque también es necesario.

Normalmente hablo con gente en consulta que se siente culpable por tener momentos de risa y de disfrute cuando están pasando por un duelo. No hay razón para sentirse culpable.

El dolor por la pérdida de un ser querido es inevitable, pero la risa es uno de nuestros recursos para oxigenarnos el alma. Más allá de las creencias, en las que podemos apoyarnos y pensar que a la persona que se ha ido no le gustaría vernos mal, es necesario y saludable procurarnos los cuidados adecuados para pasar por el proceso de duelo de la forma más sana posible. Y si para ello es necesario reír, ríete. Y si bailar te alivia, baila. Y si hablar, pasear, jugar al fútbol o estar solo te reconforta, hazlo, y exige tu momento y espacio.

Recordar a la persona con sus peculiaridades, ironizar y disfrutar de la cercanía de los seres queridos en ese momento, es un lujo que debemos permitirnos, e incluso saborear. Porque hay alguien que se ha ido, pero el resto está.

Estos días he visto cómo gente que hacía tiempo que no se veía, prometía buscar un día para volver a reencontrarse fuera del contexto de una muerte familiar. Me gusta ver que hay partes buenas en estos momentos, donde uno entra en contacto con la suerte de vivir y seguir tocando a la gente que le importa. Porque algo que se echa de menos mucho es poder volver a tocar a las personas, disfrutando de su calor, olor y tacto. Uno es más consciente de la vida y de lo efímero que puede llegar a ser todo.

Por eso, saborear esos abrazos en estos momentos, de la gente que quieres y a la que no se lo sueles decir…,olerlos, cerrar los ojos, y simplemente estar en el momento presente,  es reconfortante y casi mágico.

Particularmente creo, y esto es sólo una creencia personal, que el cuerpo es nuestro vehículo para esta vida, y que cuando se para, vamos a otro lado, pero no desaparecemos.

La esencia queda.

Y  mientras tanto, nosotros debemos seguir celebrando la vida. Echándolos de menos, recordándolos, llorándolos, disfrutando, aprendiendo a vivir sin ellos y riéndonos.

Claro que sí. Riendo también.

 

A mi tío Daniel, que me hizo reír como nadie.

A mi tía Juli, que se fue tras él por amor.