Mindfulness Especialidad 03
“Elia, a mí esto de la meditación no se me da bien”, “yo no sirvo para practicar Mindfulness”.
He oído taaaaaantas veces esto en consulta…, y mi respuesta siempre es parecida. Todo el mundo sabe respirar.
Somos la sociedad más avanzada de la historia y la más enferma. Vivimos colgados de pantallas digitales, en un mundo competitivo donde siempre hay algo que hacer para no quedarse atrás, para estar más preparados, o donde simplemente se premia la multitarea y la productividad.
Y nuestro cuerpo no está diseñado para eso.
Nuestro cuerpo no ha cambiado tanto desde que cazábamos diariamente para subsistir, caminábamos grandes distancias, y teníamos que estar pendientes de nuestro alrededor para que ninguna fiera nos comiera.
Hoy si hacemos algo de deporte, es una hora diaria más o menos, comemos porquerías, y recibimos estímulos constantes a través de pantallas.
Nuestro cerebro tampoco está preparado para eso.
¿Te acuerdas de cuando eras niñ@? Te pasabas las horas muertas mirándote los dedos de los pies. (Sí, yo tengo recuerdos de muy bebé aunque la ciencia diga que se tienen a partir de los tres años). El cerebro necesita aburrirse, conectarse, fluir, soñar,… y para eso es necesario que dejemos de recibir continuamente estímulos visuales y auditivos, que por otro lado nos provocan emociones desordenadas y exceso de información.
“Ya, pero eso es muy difícil, Elia” dirás. Y sí, tienes razón, es muy difícil porque el cerebro se hace adicto con mucha facilidad a esa cantidad de estímulos. Pero yo tengo dos herramientas que al principio cuestan, pero que después te van devolviendo a tu naturaleza de una manera suave: el apagón tecnológico y la práctica de Mindfulness.
El primero te puedes imaginar que es apagar el móvil durante horas o días escogidos. Sí, sé que no todo el mundo puede permitírselo así de primeras, pero todo es cuestión de adecuarse a las necesidades de cada uno.
Y el segundo es a través de la práctica de meditación formal y de actividades en las que fluyas de manera consciente.
No te voy a hablar de mis mariposas, te voy a hablar de mí. A mí la meditación me costaba mucho al principio, mi cabeza iba a mil y cada vez que cerraba los ojos en posición de loto mi mente empezaba a contarme la lista de cosas que no estaba haciendo, pero es que claro, después de años funcionando en piloto automático, cualquiera echa el freno así de repente.
Pero tenía que intentarlo porque entre otras cosas, me iba a dedicar a entrenar a la gente en esto, y no había otra dirección posible. Así, tras muchas sesiones en las que me picaba la nariz, la espalda, se me dormía un pie, etc, me fui acostumbrando al ruido de mi mente y a las sensaciones de mi cuerpo. Un día fui consciente de que a veces lograba llegar a un punto que podría llamar «mi centro», y me encantaba estar allí conmigo misma. No te voy a decir que todos los días medito religiosamente, ni que consigo llegar a ese lugar siempre, pero sí te puedo decir que para mí la práctica es necesaria y que los beneficios son más que latentes. Y puede ser que el que más disfruto es el de conseguir estar donde estoy, sin expectativas, sin juicios, sin necesidad de flipar en colores en todo momento. Sólo estando.
Y si yo pude, que tengo una cabeza que va a mil y más siendo PAS, tú también puedes. Y es más, si eres o crees que puedes serlo también, me atrevería a decirte que tienes que integrarlo si quieres calidad de vida. Esto es parte de nuestro autocuidado, y una vez que te encuentres contigo mism@, te va a encantar. ¿Probamos?